Desde siempre he sido una fanática de la Revolución Francesa.
Por supuesto, no me hubiera gustado vivirla en mis carnes; pero desde mi cómoda posición en el tiempo y el espacio, disfruto de toda novela, película o relato situados en aquel turbulento período.
De todas las grandes figuras que sobresalieron en aquella época, hay una que siempre llamó poderosamente mi atención y que he estudiado en profundidad a lo largo de los años: Maximilien de Robespierre.
Si me pongo a hablar de él, podría estar redactando una entrada interminable, así que lo dejaremos en que me parece un personaje muy interesante en muchos sentidos si bien, y esto que quede claro, nunca aceptaré ni aprobaré su legalización de la violencia ni las muertes que causó.
Y es que hay un Robespierre magnánimo, grande, puro y de ideas maravillosas, perfectamente vigentes hoy en día, y otro, el de la época de "El Terror", que perdió la cabeza, probablemente por casi 6 años de constante stress político y se creyó un Dios; un elegido, a la vez que veía enemigos por todas partes.
Trató de justificar el uso de la violencia como herramienta para sacar al país de una fuerte crisis y no supo ponerle freno. Por desgracia, lo último es siempre lo que cuenta. Es esa paulatina degeneración de un hombre íntegro y bueno en otro egocéntrico y perverso lo que me resulta más fascinante de él.
Robespierre tenía un aspecto algo panoli que rompía el cliché del revolucionario duro y desaliñado.
De todas las grandes figuras que sobresalieron en aquella época, hay una que siempre llamó poderosamente mi atención y que he estudiado en profundidad a lo largo de los años: Maximilien de Robespierre.
Si me pongo a hablar de él, podría estar redactando una entrada interminable, así que lo dejaremos en que me parece un personaje muy interesante en muchos sentidos si bien, y esto que quede claro, nunca aceptaré ni aprobaré su legalización de la violencia ni las muertes que causó.
Y es que hay un Robespierre magnánimo, grande, puro y de ideas maravillosas, perfectamente vigentes hoy en día, y otro, el de la época de "El Terror", que perdió la cabeza, probablemente por casi 6 años de constante stress político y se creyó un Dios; un elegido, a la vez que veía enemigos por todas partes.
Trató de justificar el uso de la violencia como herramienta para sacar al país de una fuerte crisis y no supo ponerle freno. Por desgracia, lo último es siempre lo que cuenta. Es esa paulatina degeneración de un hombre íntegro y bueno en otro egocéntrico y perverso lo que me resulta más fascinante de él.
Robespierre tenía un aspecto algo panoli que rompía el cliché del revolucionario duro y desaliñado.
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