Burg Hohenzollern, en la lejanía parecela morada de un vampiro o del brujo malvado de un cuento de hadas...
"Burg" es la palabra que emplean los alemanes para referirse a construcciones que tienen fines defensivos.
Por tanto, el castillo Hohenzollern se consideraría una fortaleza. Por el contrario, otros edificios como el famosísimo Schloss Neuschwanstein, a pesar de que también está construido sobre los riscos y es de un estilo similar, no es un "Burg", si no un "Schloss" (palacio), ya que desde el principio fue ideado como residencia.
"Burg" es la palabra que emplean los alemanes para referirse a construcciones que tienen fines defensivos.
Por tanto, el castillo Hohenzollern se consideraría una fortaleza. Por el contrario, otros edificios como el famosísimo Schloss Neuschwanstein, a pesar de que también está construido sobre los riscos y es de un estilo similar, no es un "Burg", si no un "Schloss" (palacio), ya que desde el principio fue ideado como residencia.
Como ya conté en mi entrada anterior, sólo hay un bus diario de ida y vuelta y que no deja en la puerta del castillo, si no en un parking desde el que o bien haces el resto del recorrido a pie (unos veinte minutos andando), o tomas un minibús que pasa casa diez minutos pensado sobre todo para ancianos y minusválidos. (Y para vagos, obviamente). Viendo la pendiente que había y el fuerte viento gélido que soplaba no apetecía mucho caminar. Pagamos los casi tres euros (billete de ida y vuelta) muy a gusto.
Así se veía el castillo desde el primer bus.
Y ya lo teníamos así de cerca cuando bajamos en el parking al aire libre y esperábamos el minibús. Sólo falta el murcielaguito revoloteando.
Cerca de la parada estaba este puesto de guardia, hoy día desocupado.
Y también por allí se encontraban estos contenedores. Me hace mucha gracia lo fanáticos del reciclaje que son los alemanes. No les basta con separar el cristal del resto de basuras, como hacemos aquí. También lo colocan en distinto cubo según el color del vidrio.
Por fin llegamos a las puertas. Compramos la entrada más cara, la que incluye visita guiada (10€). Sobre la gran puerta, nos daba la bienvenida este caballero.
Y estos fornidos señores con bigote, que vigilan el castillo.
El castillo que vemos hoy en día es el tercero que se construyó sobre un mismo terreno. Hubo uno en la Edad Media que fue destruido tras un largo asedio. El segundo castillo fue tomado siglos después por los austriacos que lo utilizaron de fortin durante casi cien años, tras los cuales estaba tan deteriorado que a mediados del siglo XIX el entonces rey de Prusia, decidió reconstruirlo y convertirlo en un monumento a los Hohenzollern, su familia.
De las edificaciones anteriores quedan sólo los sótanos y unos pasadizos bastante tétricos, que también recorrimos, asícomo la capilla y la estructura en forma de herradura.
La parte más moderna es de estilo neogótico; esa vuelta a una Edad Media idealizada por la que tanto suspiraban los nobles a finales del XIX. Se considera una obra maestra de la ingeniería, ya que sus rampas en espiral hacen muy facil el acceso a los vehículos y cargas pesadas, a pesar de lo escarpado del terreno. El gran fallo es que la fortaleza se asienta sobre una zona sísmica muy activa. En la visita apreciamos algunos de los daños que causó el último terremoto, en los años 70.
Pasadizos medievales y bastante oscuros por los que caminamos nada más entrar al castillo.
Como la visita guiada era a las dos de la tarde y teníamos mucho tiempo, decidimos recorrer primero todos los exteriores y comer en el restaurante.
La torre.
Uno de los bigotudos contemplando el valle.
Desde la parte más alta a la que te permitían acceder había una magnífica vista de todos los pueblecitos de los alrededores. (Y soplaba un viento helado).
Con el zoom:
Los chuchos también tienen su restaurantito:
En uno de los paseos están alineadas las esculturas de los fundadores del tercer castillo. Algo más grandes que la escala natural y con ese porte, la verdad es que imponen.
El castillo es una propiedad privada de los Hohenzollern; dividida a partes iguales entre las dos ramas de la familia. Costean el mantenimiento con las visitas de los turistas y no lo habitan porque les parece incómodo y frío. Se suele usar para actos oficiales, en las capillas se celebran bodas y el restaurante está abierto todo el año.
También hay una fundación, dirigida por una princesa de la familia que ayuda a niños discapacitados y les invita a residir aquí durante el verano. Federico Guillermo III fue quien ordenó reconstruir la fortaleza. Pero no vivió para verla terminada.
Su sucesor, Federico Guillermo IV. Recopiló el tesoro familiar y otras obras de arte que hay almacenadas aquí.
Guillermo I; el primer Kaiser.
El aguilucho prusiano estaba por TODAS partes.
La parte más importante y bonita de los exteriores es el patio de armas. Allí se encuentran dos capillas, el restaurante, la entrada principal y el acceso a los pasadizos.
Hasta la veleta tiene forma de águila.
No sabemos qué había tras esta puerta; no se podía pasar...
Interiores de las dos capillas:
San Jorge
Como ya habíamos visto casi todo y había hambre y frío, decidimos pasar al Burgschenke, el restaurante del castillo, donde tenían platos típicos de la región.
Dentro se encontraba este busto del tercer y último Kaiser, Guillermo II
El restaurante era muy cuco y acogedor y los camareros un auténtico encanto.
Mis acompañantes pidieron lentejas, salchichas y unos Bubaspitzle, "fideos" de patata típicos de aquí. Yo también pedí esos fideos, que están buenos, pero llenan tanto que resultan algo cansinos y carne asada , muy tierna. El Glühwein nos quitó el frío en un instante.
Tras la comilona llegó el turno de la visita guiada, en inglés. (No había en español).
La guía era simpatiquísima. Por desgracia no dejaban hacer fotos, ni siquiera sin flash. Nos hicieron ponernos, sobre los zapatos, unas enormes pantuflas, para no estropear el parquet.
Vimos algunas salas verdaderamente bonitas, algun dormitorio, cuartos para vestirse, la biblioteca y muchos retratos y cuadros interesantes. También nos mostraron la cámara del tesoro donde vimos algunas espadas y armaduras, coronas, joyas, la flauta de Federico el Grande y su colección de cajitas, vajillas de porcelana y plata y otras preciosidades.
Me llamó la atención la sala del Árbol Genealógico, cuyas paredes están pintadas con las ramas del arbol familiar desde el siglo XI hasta nuestros días. (Todavía quedan Hohenzollern). Uno de los últimos, del que nos enseñaron una foto, murió hace unos años, en un accidente, aplastado entre dos tanques durante unas maniobras...Nos preguntamos qué le pasaría al soldado que dio marcha atrás sin ver al príncipe...
En la biblioteca había un cuadro dedicado a la Dama Blanca, que es el fantasma del castillo. En concreto, a la segunda Dama Blanca. Y es que hay dos leyendas. Una de ellas, la que originó la segunda, se refiere a una mujer que vivió en el siglo XIV y era una condesa viuda llamada Cunegunda que aspiraba a casarse con Alberto el Hermoso, señor feudal de Nuremberg. Este le dijo que no era posible porque "cuatro ojos" se interponían en su matrimonio. Cunegunda pensó que los cuatro ojos eran los de sus dos hijos y sin dudarlo los asesinó brutalmente. Cuando Alberto se enteró, la rechazó horrorizado: no se refería a los niños, si no a los padres de él, que no aprobaban la boda. Ella, como penitencia tomó los hábitos y vivió enclaustrada el resto de su vida. Dicen que a veces pasea por el castillo lamentando lo que hizo. La otra dama blanca, mucho menos terrible, era la amante de otro noble del castillo, que cuando estaban bajo asedio, se introducía por los pasadizos para llevar medicinas y comida a su amado. Como vestía de blanco, si alguna vez era vista la temían creyendo que era la viuda Cunegunda de la vieja leyenda y que se dice que trae desgracias.
También vimos esta placa en la azotea. Viene a decir que, tras 33 años de leal cumplimiento de servicio, un valiente empleado del castillo llamado Fridolin Schneider falleció al caerse del tejado, el 9 de enero de 1926.
Me pregunto si su espíritu no deambulará también por el castillo por las noches...
Tras la visita, terminamos de ver los pasadizos y las mazmorras.
Maqueta del castillo.
Una de las mazmorras donde descansaban los guardias, a la que han ambientado con estas siluetas.
Se acercaba la hora de tomar el bus de vuelta, así que nos despedimos de Hohenzollern. Aún era temprano, pero empezaba a atardecer...
CONTINUARÁ.... .
Así se veía el castillo desde el primer bus.
Y ya lo teníamos así de cerca cuando bajamos en el parking al aire libre y esperábamos el minibús. Sólo falta el murcielaguito revoloteando.
Cerca de la parada estaba este puesto de guardia, hoy día desocupado.
Y también por allí se encontraban estos contenedores. Me hace mucha gracia lo fanáticos del reciclaje que son los alemanes. No les basta con separar el cristal del resto de basuras, como hacemos aquí. También lo colocan en distinto cubo según el color del vidrio.
Por fin llegamos a las puertas. Compramos la entrada más cara, la que incluye visita guiada (10€). Sobre la gran puerta, nos daba la bienvenida este caballero.
Y estos fornidos señores con bigote, que vigilan el castillo.
El castillo que vemos hoy en día es el tercero que se construyó sobre un mismo terreno. Hubo uno en la Edad Media que fue destruido tras un largo asedio. El segundo castillo fue tomado siglos después por los austriacos que lo utilizaron de fortin durante casi cien años, tras los cuales estaba tan deteriorado que a mediados del siglo XIX el entonces rey de Prusia, decidió reconstruirlo y convertirlo en un monumento a los Hohenzollern, su familia.
De las edificaciones anteriores quedan sólo los sótanos y unos pasadizos bastante tétricos, que también recorrimos, asícomo la capilla y la estructura en forma de herradura.
La parte más moderna es de estilo neogótico; esa vuelta a una Edad Media idealizada por la que tanto suspiraban los nobles a finales del XIX. Se considera una obra maestra de la ingeniería, ya que sus rampas en espiral hacen muy facil el acceso a los vehículos y cargas pesadas, a pesar de lo escarpado del terreno. El gran fallo es que la fortaleza se asienta sobre una zona sísmica muy activa. En la visita apreciamos algunos de los daños que causó el último terremoto, en los años 70.
Pasadizos medievales y bastante oscuros por los que caminamos nada más entrar al castillo.
Como la visita guiada era a las dos de la tarde y teníamos mucho tiempo, decidimos recorrer primero todos los exteriores y comer en el restaurante.
La torre.
Uno de los bigotudos contemplando el valle.
Desde la parte más alta a la que te permitían acceder había una magnífica vista de todos los pueblecitos de los alrededores. (Y soplaba un viento helado).
Con el zoom:
Los chuchos también tienen su restaurantito:
En uno de los paseos están alineadas las esculturas de los fundadores del tercer castillo. Algo más grandes que la escala natural y con ese porte, la verdad es que imponen.
El castillo es una propiedad privada de los Hohenzollern; dividida a partes iguales entre las dos ramas de la familia. Costean el mantenimiento con las visitas de los turistas y no lo habitan porque les parece incómodo y frío. Se suele usar para actos oficiales, en las capillas se celebran bodas y el restaurante está abierto todo el año.
También hay una fundación, dirigida por una princesa de la familia que ayuda a niños discapacitados y les invita a residir aquí durante el verano. Federico Guillermo III fue quien ordenó reconstruir la fortaleza. Pero no vivió para verla terminada.
Su sucesor, Federico Guillermo IV. Recopiló el tesoro familiar y otras obras de arte que hay almacenadas aquí.
Guillermo I; el primer Kaiser.
El aguilucho prusiano estaba por TODAS partes.
La parte más importante y bonita de los exteriores es el patio de armas. Allí se encuentran dos capillas, el restaurante, la entrada principal y el acceso a los pasadizos.
Hasta la veleta tiene forma de águila.
No sabemos qué había tras esta puerta; no se podía pasar...
Interiores de las dos capillas:
San Jorge
Como ya habíamos visto casi todo y había hambre y frío, decidimos pasar al Burgschenke, el restaurante del castillo, donde tenían platos típicos de la región.
Dentro se encontraba este busto del tercer y último Kaiser, Guillermo II
El restaurante era muy cuco y acogedor y los camareros un auténtico encanto.
Mis acompañantes pidieron lentejas, salchichas y unos Bubaspitzle, "fideos" de patata típicos de aquí. Yo también pedí esos fideos, que están buenos, pero llenan tanto que resultan algo cansinos y carne asada , muy tierna. El Glühwein nos quitó el frío en un instante.
Tras la comilona llegó el turno de la visita guiada, en inglés. (No había en español).
La guía era simpatiquísima. Por desgracia no dejaban hacer fotos, ni siquiera sin flash. Nos hicieron ponernos, sobre los zapatos, unas enormes pantuflas, para no estropear el parquet.
Vimos algunas salas verdaderamente bonitas, algun dormitorio, cuartos para vestirse, la biblioteca y muchos retratos y cuadros interesantes. También nos mostraron la cámara del tesoro donde vimos algunas espadas y armaduras, coronas, joyas, la flauta de Federico el Grande y su colección de cajitas, vajillas de porcelana y plata y otras preciosidades.
Me llamó la atención la sala del Árbol Genealógico, cuyas paredes están pintadas con las ramas del arbol familiar desde el siglo XI hasta nuestros días. (Todavía quedan Hohenzollern). Uno de los últimos, del que nos enseñaron una foto, murió hace unos años, en un accidente, aplastado entre dos tanques durante unas maniobras...Nos preguntamos qué le pasaría al soldado que dio marcha atrás sin ver al príncipe...
En la biblioteca había un cuadro dedicado a la Dama Blanca, que es el fantasma del castillo. En concreto, a la segunda Dama Blanca. Y es que hay dos leyendas. Una de ellas, la que originó la segunda, se refiere a una mujer que vivió en el siglo XIV y era una condesa viuda llamada Cunegunda que aspiraba a casarse con Alberto el Hermoso, señor feudal de Nuremberg. Este le dijo que no era posible porque "cuatro ojos" se interponían en su matrimonio. Cunegunda pensó que los cuatro ojos eran los de sus dos hijos y sin dudarlo los asesinó brutalmente. Cuando Alberto se enteró, la rechazó horrorizado: no se refería a los niños, si no a los padres de él, que no aprobaban la boda. Ella, como penitencia tomó los hábitos y vivió enclaustrada el resto de su vida. Dicen que a veces pasea por el castillo lamentando lo que hizo. La otra dama blanca, mucho menos terrible, era la amante de otro noble del castillo, que cuando estaban bajo asedio, se introducía por los pasadizos para llevar medicinas y comida a su amado. Como vestía de blanco, si alguna vez era vista la temían creyendo que era la viuda Cunegunda de la vieja leyenda y que se dice que trae desgracias.
También vimos esta placa en la azotea. Viene a decir que, tras 33 años de leal cumplimiento de servicio, un valiente empleado del castillo llamado Fridolin Schneider falleció al caerse del tejado, el 9 de enero de 1926.
Me pregunto si su espíritu no deambulará también por el castillo por las noches...
Tras la visita, terminamos de ver los pasadizos y las mazmorras.
Maqueta del castillo.
Una de las mazmorras donde descansaban los guardias, a la que han ambientado con estas siluetas.
Se acercaba la hora de tomar el bus de vuelta, así que nos despedimos de Hohenzollern. Aún era temprano, pero empezaba a atardecer...
CONTINUARÁ.... .
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